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14 sept 2017

Los tiempos del Fielato, hambre y calamidades.

Mi padre empezó muy joven a "bajar" a Valencia desde el pueblo. Mis abuelos tenían una pequeña tienda y mi padre se encargó desde los 14 años de ir a comprar el género. Le recogía el camión que venía de Mira (Cuenca) y que pasaba por Camporrobles y Fuenterrobles. Salían del pueblo por la tarde, paraban a cenar en Requena o en Chiva para llegar de madrugada a Valencia. 
A finales de los años 40 existía en todas las entradas a Valencia el Filiato, un control sobre todas las mercancias que entraban a la ciudad. «Se pagaba por todo, por pollos (vivos), por el vino en garrafas, el aceite, los huevos...pero por las patatas no». En el camión, él pasaba por el control de Mislata a la entrada del paseo de la Pechina, frente a la cárcel modelo, cuando la Avenida Castilla no estaba ni asfaltada. «Cuando estaba seco se ahogaba uno de polvo y cuando llovía el camión casi se hundía de tantos hoyos».
Los que iban en tren, se bajaban en la Calle Maestro Sosa para evitar el pago de la entrada a la estación del Norte.
- Mi padre a la izquierda -
Aparcaban el camión en la avenida Ramón y Cajal, en el garaje Cajal. El Mercado de Abastos sólo abría a las 5 de la mañana. Se alquilaban un carro para sacar toda la mercancía - fruta, verdura, lo que daba la temporada -  y llevarla al garaje. Allí hacían un montón con las cajas y por la noche lo cargaban en el camión para subirlo al pueblo. 
 - Fotografía tomada del grupo Valencia Antigua -

Mientras tanto, durante el día, mi padre iba al Mercado Central para comprar algo de embutido, queso fresco o tocino para luego venderlo en el pueblo.

Su agencia estaba en la Calle Bailén número 14 y desde allí, en una bicicleta, a veces en un triciclo, hacía de ordinario. Recorría Valencia repartiendo cestas cubiertas con un trapo cosido con cariño y añoranza, y que mandaban los del pueblo a los familiares que habían emigrado a la ciudad. Otra cosa no, pero comida había en el pueblo, mientras que en la ciudad fueron años de hambre gris. Las cestas volvían al pueblo vacías, con el trapo descosido.
Cuando llegó el momento de hacer su servicio militar, le tocó en Valencia conduciendo ambulancias o sidecars por esas calles que ya había recorrido en su bicicleta de jovenzuelo.
Así siguió su vida, con ese trabajo, cuidando de sus viñas, su huerto, su familia, su tienda, hasta ahora, que tiene ya tiempo para contarme sus memorias.












2 comentarios:

claudia 4tB dijo...

Una idea genial, os mando todo mi cariño.

M.Carmen Torres

víctor iñúrria dijo...

Estupendo.

Yo nací en el 39 y tuve que vivir en mil sitios, pues mi familia, venida de lejos, no tenía ni vivienda y mis primeros 3 años los pasé, de casa en casa de amistades, después vivimos realquilados en 2 habitaciones de una vivienda del barrio de Ruzafa, donde me crie y conocí las carencias a las que haces referencia, aunque también la ayuda y cariño de los sencillos labradores de la huerta cercana que me acogían como si fuese su hijo.

Dile a tu padre que este país ha sido levantado, para salir de la ruina bélica, con el sacrificio de miles de Hombres como él y Mujeres como supongo sería tu madre, héroes a los que nunca la Sociedad podrá agradecer, como se merecen, su Trabajo y Entrega.

Unos a pie, otros en carro, en bicicleta, montados o al lado del “Macho”, hicieron camino marcándonos la senda por donde debe caminar la Sociedad que desea avanzar.

Gracias a él, a ellos, a ellas y a todos los demás.